Opinión / Luis Bilbao
La oposición observa azorada cómo, en menos de dos semanas, quedó reducido a la nada el impacto de su retorno a la Asamblea Nacional a partir de enero próximo; se le hizo insostenible la idea de que éste implicaba una victoria contra Chávez y que a partir de entonces comenzaría la cuenta regresiva para la Revolución Bolivariana. Esta gira internacional complementa la ofensiva que el Presidente puso en marcha inmediatamente después de la elección.
Pasado el mediodía del miércoles 13 el avión presidencial de Venezuela despega y pone rumbo a Moscú. Hugo Chávez, como es su costumbre, recorre los pasillos para saludar a ministros, ayudantes, periodistas e invitados. Aprovecha para hacer un esbozo sumarísimo de los objetivos del viaje.
En Moscú se pondrá en marcha el Banco Ruso-Venezolano, además de firmar programas de exportación de café, flores y banana, ampliar acuerdos para la construcción de viviendas por empresas rusas en Venezuela y dar el puntapié inicial al intercambio de tecnología atómica con fines pacíficos. No es preciso ser un augur para adelantar las declaraciones del Departamento de Estado que podrán leerse en los diarios del hemisferio en las próximas semanas. Por supuesto, el rubro principal continúa siendo el petróleo y el gas, así como refinerías y astilleros.
Rusia es sólo la primera escala. Le seguirán Bielorrusia, Ucrania, Irán, Siria, Libia y Portugal. Al cabo de ese periplo, Chávez enfilará días después hacia Suramérica. Queda pendiente el contacto directo con China, hasta que el presidente Hu Jintao visite Venezuela. Y falta todavía tender líneas de acción efectivas hacia el sudeste asiático y Oceanía.
Aun así, la política exterior de la Revolución Bolivariana se despliega tras objetivos precisos, que prolongan la política interna: afianzar la multipolaridad en detrimento de la hegemonía estadounidense y, en Venezuela, acelerar la transición al socialismo. Siquiera Brasil, que cuenta con la cancillería más avezada de la región, tiene un plan articulado de tal manera a escala planetaria.
La oposición observa azorada cómo, en menos de dos semanas, quedó reducido a la nada el impacto de su retorno a la Asamblea Nacional a partir de enero próximo; se le hizo insostenible la idea de que éste implicaba una victoria contra Chávez y que a partir de entonces comenzaría la cuenta regresiva para la Revolución Bolivariana.
Apoyado en la efectiva victoria obtenida el 26 de septiembre, cuando el Psuv obtuvo 98 diputados contra 65 de la oposición derechista, no sin antes autocriticar errores y poner al Psuv ante la exigencia de rectificarse en muchos aspectos, Chávez decidió una serie de expropiaciones clave para consolidar el control del abastecimiento alimentario, una espada de Damocles con la cual el empresariado golpista amenazó constantemente al gobierno. Además, inició una renovación de su gabinete y, como parte inseparable de esa aceleración en la ofensiva, inició un viaje por tres continentes cuyos resultados económicos y políticos no tardarán en revelarse.
Ayer, en un Congreso de Fedecámaras, la entidad patronal que en 2002 impulsó el golpe de Estado y ubicó a su presidente como fugaz dictador, hizo un gesto desesperado por recuperar la iniciativa y sostener ante la opinión pública interna e internacional que Chávez fue derrotado el 26S.
En un tono desconocido desde el período entre el paro patronal de diciembre de 2001, el golpe en abril siguiente y el posterior sabotaje petrolero que paralizó al país desde diciembre de 2002 hasta febrero del año siguiente, el titular de la poderosa empresa Polar lanzó un discurso agresivo, al punto que pudo identificárselo como una nueva amenaza golpista.
Si ese tono de ultimátum carece de basamento interno para constituirse en amenaza efectiva, la gira emprendida hoy por Chávez y su comitiva supone un paso más en el entramado internacional destinado a dificultar al extremo los movimientos del Departamento de Estado en su empeño por desestabilizar al bloque del Alba y derrocar a Chávez.
Esa urdimbre internacional está tejida con hilos de acero en materia económica. Y cuenta además con sólidos fundamentos políticos para delinear una diplomacia abarcadora de actuales y futuros núcleos y polos de poder, inexorablemente alimentados por la crisis estructural del capitalismo.
Una primera conclusión aparece con toda claridad: las líneas reformistas que, dentro y fuera de Venezuela, interpretaron el resultado electoral como una oportunidad para frenar el ímpetu de la revolución y la transición al socialismo, tienen a la vista un resultado exactamente inverso.
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El autor de esta nota es Director de la revista América XXI
Comentarios
hacia el socialismo del siglo 21 y sin desmayo siempre enegico