Opinión / Héctor Agüero
Héctor Agüero
Los avatares por los cuales atraviesa la nación helénica, consecuencia del saqueo de la UE al patrimonio de todos los griegos, deja en claro que las reformas o paños de agua caliente con que la derecha y sectores reformistas de las antiguas izquierdas pretenden disfrazar la insaciable apetencia de los acreedores imperiales y que por supuesto no bastan para saciar los buitres económicos.
Las numerosas tesis que dejó Lenin en torno al izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo y la conducta de los renegados encabezados por Kerensky son muy claras al respecto: los procesos de cambio deben ser profundos y dirigidos por la vanguardia del Pueblo y además sustentarse en la tríada Pueblo, Ejército y Vanguardia asegurando así el proceso revolucionario.
De todas las naciones que integran la Unión Europea, Grecia exhibe con orgullo antecedentes de lucha revolucionaria. El más reciente ha sido el aplastante NO con que rechazaron el insolente tutelaje financiero, que no ha sido entendido por el nuevo gobierno, que de manera incomprensible repite y acepta las mismas condiciones de los dos rescates anteriores con la diferencia que fueron negociaciones llevadas a cabo por la derecha y continuadas ahora por una facción de Tsipras. Ignoramos si los triunfadores en los últimos comicios poseen un Plan B. El sacrificio del ministro de Finanzas y los arreglos parlamentarios hacen pensar lo contrario. La deuda que se le atribuye a la nación helénica corresponde en buena parte a la carrera armamentística azuzada por la OTAN, valiéndose de las rivalidades históricas entre griegos y turcos y cuyo termómetro es la isla de Chipre.
En España las conversaciones y pactos con las castas gobernantes no son buenas noticias para los pobres, los jóvenes, los pensionados y los desahuciados. El fantasma del reformismo recorre la Europa en crisis. Paradójicamente durante la última crisis capitalistas los movimientos organizados de Islandia se negaron a reconocer la deuda de los banqueros. Desde entonces el silencio mediático invisibiliza la nación islandesa.