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3.May.2021 / 01:35 pm / Haga un comentario

Alfredo Carquez Saavedra

En noviembre de este año deberían llevarse a cabo las elecciones presidenciales en Chile. Este hecho podría traducirse, sin duda, en una gran oportunidad para dejar atrás las rémoras institucionales dejadas por el general Augusto Pinochet, el dictador y genocida sempiterno bendecido por Estados Unidos.

Pinochet y sus asesores dejaron un campo minado en forma de una constitución blindada en favor de instituciones que privilegian los intereses de las grandes fortunas criollas, de las transnacionales extranjeras y de los sectores más atrasados de las fuerzas policiales y militares del país sureño. En el mantenimiento de ese estado de cosas fueron cómplices por acción u omisión los cinco mandatarios que vinieron después, incluyendo a la camaleónica Michelle Bachelet, hoy cómodamente instalada en la nómina del sistema de Naciones Unidas.

Y uno de esos principales defensores de la herencia pinochetista, Sebastián Piñera, termina su mandato presidencial con un rechazo de 81 por ciento, digno de ser registrado como récord Guinness; y una grave acusación de crímenes de lesa humanidad por la cantidad y grado de crueldad de violaciones a los derechos humanos cometidos por la policía militarizada chilena.

En el caso de Colombia hay que esperar un poco más. Sin embargo, a Iván Duque también le llegará su sábado, como bien lo intuyen los porkys del planeta. En la nación vecina las elecciones para elegir mandatario se realizarán en mayo de 2022. Y el uribismo, al cual pertenece el subpresidente arriba mencionado, llega con peso en el ala.

Las últimas encuestas señalan que 60 por ciento de los colombianos rechazan la gestión de Duque, y un número parecido lo rechaza a él como persona. ¿Qué deja este señor a su pueblo? Una pésima gestión ante la pandemia de la Covid-19. Menos impuestos para los ricos y más carga fiscal para los pobres y la clase media. Entrega del territorio al narcotráfico, los paramilitares y las bases militares estadounidenses. Bombardeos para asesinar niños, y masacres y más masacres: 91, con 119 muertes en 2020; y 33, con 129 víctimas, hasta el pasado 27 de abril, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).

Piñera y Duque no solamente tienen en común su perversa costumbre de inmiscuirse en los asuntos internos de la República Bolivariana de Venezuela, para mostrarse serviles y útiles ante la Casa Blanca; y su interesado amor por los títeres, sentimiento encarnado en la figura de Juan Guaidó. No obstante, hay algo más que los une: el alto grado de fracaso en que terminan sus administraciones.

alfredo.carquez@gmail.com

 

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