Opinión / Eduardo Piñate
Confieso que me sorprendieron. Pensé que la oposición se haría presente en Santo Domingo el jueves 18 de enero, tal como había sido acordado, después de escuchar la declaración provocadora y llena de mentiras que emitió Julio Borges, jefe de la delegación contrarrevolucionaria, el sábado 13 de enero, cuando culminó la ronda de tres días de conversaciones en esa ciudad. Creí que insistirían en sus irracionales planteamientos para lograr en la mesa de diálogo lo que no lograron ni con la violencia fascista y terrorista en las calles ni en las elecciones, es decir, que les entreguemos el poder político que está en las manos del pueblo venezolano desde que el Comandante Chávez ganó las elecciones en diciembre de 1998 hasta el día de hoy, que concedamos nuestros recursos naturales a las transnacionales imperialistas y a la oligarquía. Pensé que harían todo eso y que no habría acuerdo –porque la dirección de la Revolución Bolivariana encabezada por Nicolás Maduro no se vende y no se rinde– pero que irían.
Pero no fueron. Y pretendieron justificar su inasistencia con un escueto comunicado con una argumentación ridícula, que dice mucho de la escasa profundidad intelectual y moral y de la falta de madurez política de la dirección contrarrevolucionaria del país, y de su absoluta subordinación a las órdenes que reciben de la élite extremista que gobierna en Washington. Fue precisamente de allá de donde salió la orden de no asistir a Santo Domingo, después que se había avanzado de manera importante en casi todos los temas puestos sobre la mesa, incluyendo garantías electorales amplias y observación por la ONU de las próximas elecciones presidenciales.
Pero el imperialismo estadounidense y sus aliados en Venezuela y el mundo no quieren ni diálogo ni paz, quieren violencia y muerte para destruir la Revolución, desmembrar la nación venezolana y apoderarse de nuestros recursos naturales. Nosotros, con el pueblo y con Maduro, insistimos en el diálogo y preservaremos la paz. Seguimos venciendo.