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5.Oct.2015 / 02:32 pm / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

Definamos en primer lugar a qué nos referimos con «ingeniería social». Este término se origina en la politología, y luego se trasladó a la informática y teoría de las tecnologías de la comunicación e información. En términos sociológicos, se refiere a la implementación de estrategias de modificación de comportamientos sociales por parte de grandes actores políticos-institucionales o actores económicos-empresariales, frente a un grupo poblacional determinado.

La ingeniería social consiste en el desarrollo de actos reales, concretos, para que produzcan un cambio de comportamiento en la población, en un hábito determinado, por ejemplo, y para que vayan acompañados de una clínica de masas (o manipulación psicológica) que permita y favorezca la asimilación de los cambios impuestos por el factor de poder que realiza el acto de ingeniería.

El término fue desarrollado inicialmente por Karl Popper, quien dio cuerpo conceptual a lo hecho por los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial, transformando la conducta del pueblo alemán empujándolo a la guerra y al proyecto hegemónico fascista del Tercer Reich. A pesar de lo debatido del término, en el presente se considera que el desarrollo de actos de ingeniería social no son exclusivos de gobiernos, ya que las grandes empresas también lo hacen de manera particular o articulada, bien sea con propósitos comerciales y en ocasiones hasta políticos.

La guerra económica

En cuestiones económicas, la ingeniería social tiene parámetros simples: crea un «viernes negro» de supuestos bajos precios y la gente correrá como loca a las tiendas. Crea una «nueva» prenda de ropa y la posiciona como moda, y mucha gente querrá comprarla. Imponer el vehículo como símbolo de status social es la mejor manera de vender vehículos. Comprar con tarjeta de crédito (lleve ahora y pague después, pero más caro) es un acto de cambio en el patrón de comportamiento en el consumidor que sólo vino con la tarjeta de crédito. La ingeniería social en lo económico se basa en el parámetro Intervención-Inducción-Respuesta.

Se trata de visualizar y prever las reacciones esperadas de la gente de manera muy elaborada para luego intervenir la realidad. Quienes más perniciosamente han elaborado el planteamiento de la guerra económica entendieron que el venezolano «piensa» mucho con el bolsillo y con el estómago. Que excluyendo a los sectores más duros y politizados del chavismo, una gran masa electoral ambivalente sería fácil de someter. Así lo han asumido y así han actuado. Es por eso que la generación de cambios en el comportamiento social en cuestiones de abastecimiento y precios ha implicado generar cambios concretos en los sistemas de abastecimiento y precios para inducir respuestas en la población.

En Venezuela el enrarecimiento sostenido, sistemático y articulado de los sistemas de abastecimiento y precios, de la mano de grandes empresas importadoras, comercializadoras y procesadoras, ha distado mucho de un «comportamiento espontáneo» de nuestra economía por la baja del precio del crudo. La inflexión en la caída del abastecimiento y el aumento desmesurado de precios ha estado muy por encima proporcionalmente de la caída en el 60% del precio internacional habitual del crudo. Ni esa variable, ni la expropiación de algunas fincas, logran explicar lo que para la empresa privada es «culpa del Gobierno».

Venezuela hoy presencia el rol de dominio que aún tiene el sector privado en la economía nacional. Siendo un hecho también que los hallazgos del sabotaje empresarial han aparecido por doquier, detrás de todo acto de megaacaparamiento, megacontrabando y megaespeculación, hay activos, camiones, galpones y propiedades de empresas privadas. El sabotaje es generalizado. La elevación del precio del dólar paralelo a niveles supraexponenciales (afectando incluso a la pequeña y mediana empresa) ya no tiene economistas que lo defiendan y ha propiciado el bachaqueo como respuesta a la devaluación artificial de la moneda.

La estampida especuladora cada vez que Dolar Today ha depreciado nuestra moneda, se ha traducido en la pérdida del salario real de las familias. No hay cuestiones casuales cuando lidiamos con mafias paraeconómicas, cambistas en Colombia y actores seudopolíticos mayameros que quieren teledirigir nuestra economía desde una página web, encontrando apoyo a su cochinada en lo más «sobresaliente» del empresariado que especula con dólares y que los sustraen de la renta.

Para el pueblo común, lo que se ha institucionalizado es la cola, los sobreprecios y el bachaqueo. El comportamiento social de masas, a la hora de comprar, ha sido o ir a la cola o comprarle al bachaquero a precio exorbitante, cuestiones que no eran habituales en los hábitos del venezolano. La cola en sí misma consiste en un acto de desgaste, agobiante, criminal, expresión de total falta de empatía.

Hay familias que intentando proteger sus ingresos han comenzado a bachaquear, y esto ha ocurrido en las clases populares, reproduciéndose la actitud del «raspacupismo», que ya había hecho mella en una clase media que tenía años devorándose entre sí. Adquiere cuerpo la economía generalizada del oportunismo, la gente comienza a visualizar culpables concretos (ya no es todo «culpa del Gobierno») y estigmatiza al bachaquero, al ladrón del abasto, el bodeguero ha dejado de ser «el amigo de la comunidad» y es ahora el «vampiro en la comunidad». La guerra en espacios concretos se desarrolla con crudeza. Reproduce sensaciones de malestar generalizado.

Cuestiones psicosociales de la guerra

La cuestión psicosocial de la guerra económica tiene mucho que ver con la «gestión del descontento» y la derecha ha intentado capitalizarlo a totalidad, sin éxitos claros. La guerra económica es un acto económico con un móvil político. Pero no es solamente eso.

La guerra económica, su clínica de masas y sus comportamientos inducidos, se han basado en la acción articulada y ordenada de la clase empresarial, en destruir y enrarecer los sistemas de abastecimiento y precios. La respuesta de la población esperada por ellos ha sido la de nuestra canibalización, y tal situación ha ocurrido sólo a parcialidad, pero con un efecto lacerante y corrosivo.

Se ha basado en la destrucción de nuestros consensos políticos, de los lazos de solidaridad que hemos construido en revolución. Han convertido al raspacupos en un oportunista especializado en estafar a otros de la clase media. Han convertido a los bachaqueros en las clases populares en ladrones del pan del hermano pobre del barrio. Han ido a lo profundo de la subjetividad venezolana para desgastarla, para inmovilizarla, para destruirla, imponiendo los valores del oportunismo y la falsa supervivencia, el pandemónium, el caos, la desesperanza.

La población venezolana ha sido constantemente provocada, insistentemente se ha intentado producir su desbordamiento, su reacción neurótica e irracional. Manipulación y devaluación artificial de la moneda, acaparamiento, contrabando, bachaqueo, hiperespeculación y demás cuestiones concretas de la guerra, han estado acompasados con la «retórica del estallido” de la mediática privada. Televisión, radio, redes sociales y prensa escrita han actuado al unísono politizando contra el Gobierno lo que sucede, pues el manejo de la opinión es un componente fundamental de las clínicas de masas. Mientras encubren a los responsables, culpabilizan a otros. He ahí que el planteamiento político de la derecha venezolana es el de asumirse como «alternativa y solución a la crisis», que ellos mismos han generado a través de sus grandes actores económicos.

Es entonces cuando el planteamiento de intervención psicológica en la masa adquiere cualidades polivalentes: al pueblo venezolano se le ha querido irritar para apoyar las guarimbas, para apoyar escenarios de golpes de Estado, para que se produzca un estallido social, para que se produzca una coyuntura. A la fecha, agotadas varias coyunturas, el escenario se cierne sobre lo electoral. Todo el 2014 y el 2015 se han proyectado al evento electoral de diciembre en un pulseo entre las fuerzas chavistas y las antichavistas. La derecha quiere cosechar los efectos del desgaste y de la guerra.

La ingeniería social electoral

Se basa en producir un cambio concreto en el patrón de comportamiento electoral de la población del país. Va dirigida a producir cambios de identidad política, se trata de desmovilizar el voto chavista y atraer a la derecha venezolana el voto histórico «ni-ni». La guerra económica ha sido poco útil en convencer a opositores que ya han estado convencidos, pero sí sirve para movilizarlos.

Dirigida al chavismo, la guerra económica es un acto de destrucción de la esperanza. Ese es el efecto que ha querido generar. Y he ahí que la respuesta chavista ha sido el discurso de la identidad, la resistencia frente al enemigo concreto y la renovación de la esperanza.

La guerra económica es una tentativa, un ensayo a gran escala para modificar aspectos de las relaciones de poder social, cambiando la conducta o comportamiento privado de las personas, meses atrás colocando a la población como piso político de apoyo a la desestabilización, hoy, como masa electoral apuntando contra el chavismo.

La guerra económica es precisamente eso, una guerra. Estamos bajo ataque y estamos en contrataque. Hay que reconocerla como lo que es, pues asumiendo tal cosa, es posible despojar al enemigo real de su cualidad concreta, la de ser el enemigo.

Misión Verdad

 

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